Por Emilio Monzón*
Tomado de la revista “El Trompezón”
*Escritor Salvadoreno residente en Maryland, US
Derechos reservados del autor
Para mas comentarios a: monzonemilio@yahoo.com
Desahogos, relatos, sueños, gemidos, discursos and more... en un intento por retratar la lucha social con sabor a pueblo, caminar, esperanza... Daniel Joya
Un enredo tengo bien adentro,
si, un "enredo de amores a la sombra
del dólar," como lo dice Dani.
Son mis clandestinos amoríos
de pecador imperdonable que
atraviezan fronteras de silencio.
Van luchando con todos los
retenes escandolosos que me gritan:
Alto!
Qué llevas allí?
Que escondes?
Y realmente no sé...
Cómo esconder mis enredos que
jamás han sido fuera de la ley?
Pero así son ellos,
los vigilantes de la "democracia, "
los defensores del poder económico,
los anticomunistas, los anti-pobres,
los que quieren capturarme
para declare todo, si todo:
Mis pasos, mis sueños, mis ambiciones de hombre libre,
mis direcciones, mis escondites,
y cada uno de mis enredos con ella,
la que siempre me espera.
Pero no saldrán con la suya.
Me voy al Norte,
pero a ella me la llevo adentro,
si, vamos bien enredados el uno al otro.
Aunque me da pesar dejar
a mis compañeros de la U,
a los de lo que se escondieron
conmigo en las oscuridades
del pensamiento nuevo.
De esa idea que desea muy pronto
romper las cadenas de la injusticia,
la opresión y el grito solidario
de las masas que piden libertad,
solo libertad.
Por el pan, la paz, la salud,
la justicia y el progreso
y para vivir en libertad me voy al Norte.
Ella se queda en espera,
pero yo me la llevo dentro,
si muy dentro de mi ser.
Y se vienen conmigo sus secretos,
sin ansias, sus deseos, sus formas en mis manos,
sus labios en los míos,
su cuerpo cóncavo también va,
todo se va en lo convexo de mi ser
y con mis enredos a la sombra del
dolar.
Volveré.
Nota:
Agradezco y dedico estas líneas a nuestro distinguido
escritor Daniel Joya por tan valioso regalo que
inspiró estas letras con sabor a versos.
Yo como tú
amo el amor,
la vida,
el dulce encanto de las cosas
el paisaje celeste de los días de enero.
También mi sangre bulle
y río por los ojos
que han conocido el brote de las lágrimas.
Creo que el mundo es bello,
que la poesía es como el pan,
de todos.
Y que mis venas no terminan en mí,
sino en la sangre unánime
de los que luchan por la vida,
el amor,
las cosas,
el paisaje y el pan,
la poesía de todos.
Roque Dalton
Desde mi experiencia personal, la negociación de la paz salvadoreña fue un acto poético –es decir, un acto eminentemente creador—en el más exacto sentido histórico del término.
Escrito por Columnista de LA PRENSA GRÁFICA (Junio/20/2009)
David Escobar Galindo
En 1932 se produjo un alzamiento indígena-campesino, al que el recién fundado Partido Comunista Salvadoreño le puso su bandera. El poder tradicional establecido ahogó en sangre el alzamiento y desde entonces toda señal de disidencia real fue marcada, según las imágenes oficiales del poder establecido, con el sello del comunismo.
En otras palabras, se cerró toda posibilidad de verdadera oposición legal al régimen, con lo cual se abrió, desde el poder, el capítulo de la clandestinidad, tanto de la lucha contra el poder como de la lucha del poder contra sus opositores. Esto acaba siempre en la perversión institucionalizada. Y es lo que el Presidente Obama acaba de cancelar simbólicamente con la clausura de las cárceles clandestinas en la lucha contra el terrorismo. Si la ley asume las formas del crimen, acaba siendo tan criminal como éste.
En El Salvador, tal estado de cosas se fermentó durante las décadas siguientes, hasta que la clandestinidad revolucionaria tuvo la suficiente fuerza para saltar a la luz bajo la forma de una insurgencia abierta y armada.
La guerra estaba ya en el terreno, y duró 12 años. En esos 12 años, ninguna de las dos fuerzas en combate –la del poder tradicional y la del poder revolucionario— pudo imponerse militarmente sobre la otra. Y eso hizo necesario y posible que en 1989, año en el que se produjo una especie de conjunción de señales históricas inesperadas, anticipatorias de la globalidad posterior, las partes en guerra emprendieran la búsqueda de la solución política negociada, que también constituyó una anticipación de los tiempos.
Esa conjunción se volvió también un curioso enlace cronológico: la última gran ofensiva de la guerra se inició dos días después de la caída del Muro de Berlín y el último acuerdo sustantivo de la negociación se produjo el 31 de diciembre de 1991, sólo unos días después de la disolución de la Unión Soviética. La solución de nuestra guerra estuvo en el centro de aquel gran fenómeno histórico, que 20 años después parece estarse completando.
Tuve el privilegio extraordinario de haber formado parte del grupo de 6 personas que integramos la Comisión de Diálogo del Gobierno del Presidente Alfredo Cristiani, y que entre 1989 y 1992 negoció la paz con la Comisión designada por las Comandancia General del Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional.
Puedo dar fe de que en aquella mesa no sólo se transformó la base del sistema político salvadoreño, sino que se creó un ambiente de comprensión mutua que no tenía antecedentes en nuestra historia. Desde mi experiencia personal, la negociación de la paz salvadoreña fue un acto poético –es decir, un acto eminentemente creador—en el más exacto sentido histórico del término.
Entre las incontables páginas que escribí durante aquellos dos años y medio de trabajo para construir la paz, al impulso de un entusiasmo histórico irresistible, voy a citar una, escrita en el vuelo entre Nueva York y San Salvador, en la madrugada del 1 de enero de 1992, luego de haber concluido, aquella misma noche, en una atmósfera de armonía casi inverosímil, la parte sustantiva del acuerdo:
ALBOR DE LA PAZ. La herida del país era mi herida./ Lo supe cada vez que despertaba,/ porque a diario el costado me sangraba/ con sangre para mí desconocida.// Esa herida era mía en la medida/ que el país malherido me habitaba,/ volcán secreto de angustiosa lava,/ lago exterior de lluvia conmovida.// Y si el país herido desbordaba/ su sangre por mi vena más henchida,/ yo en su río más hondo navegaba./ Por eso, ante la luz recién nacida,/ el corazón que apenas alentaba/ hoy, ungido de luz, tiembla de vida”.
El 16 de enero de 1992, al firmar el Acuerdo de Paz en el Castillo de Chapultepec de la Ciudad de México, se abrió el segundo gran capítulo de la historia salvadoreña. Visto desde esta perspectiva, podemos afirmar, sin duda, que toda la historia anterior, con sus grandes sombras espesas y sus pocas pero rutilantes luces, fue la traumática preparación para llegar a aquel momento estelar. El momento en que, por primera vez, la historia salvadoreña hacía posible que todos sus protagonistas representativos estuvieran en el escenario visible de la vida política, y pudieran actuar ahí libremente, como es natural.
Los casi dos decenios siguientes, hasta la fecha, han sido un ejercicio de dificultosa evolución tanto de la vida política en general como de los actores políticos en particular. El aprendizaje democrático es siempre difícil, porque implica ir reconociendo las distintas expresiones de la relatividad del poder.
En nuestro caso, tal aprendizaje es aún más complejo, porque venimos de un largo pasado de persistente práctica autoritaria.
En esa ruta llegamos a las elecciones presidenciales del 15 de marzo de este año, que fueron ganadas por el Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional, la antifua fuerza guerrillera, que se convirtió en partido político en 1992.
El hecho es simbólico y representativo en varios sentidos: el FMLN es la única guerrilla, de todas las surgidas en el Continente en los años sesenta y setenta del pasado siglo, que logró convertirse en partido político verdaderamente competitivo sin antes haber accedido al poder. El caso del FSLN nicaragüense es distinto: dicha fuerza tomó el poder como movimiento revolucionario en 1979, gobernó así por más de una década, y luego de perder las elecciones de 1990 ha vuelto al poder luego de hacer alianza con un ala muy desacreditada de la derecha. El FMLN ganó las elecciones de este año por su propia fuerza, y lo hace en una coyuntura en que las condiciones internacionales abren más espacios para acelerar los procesos evolutivos internos.
Tenía doce años de no ver a mi madre. Nos había absorbido un intenso trabajo. Regresé al hogar ansioso de encontrar aquel regazo que en la infancia creó un universo; sueños de pirata, de soldaditos de plomo, del gatito juguetón. Los transeúntes serán otros, habrán crecido y madurado, quizás como padres fieles: encender el televisor después de la cena, preparar a sus hijos para el colegio con sus dieces de conducta, prodigarles una vida común, alegre o solitaria. La costumbre habrá engordado en esos rostros que ayer fueron adolescentes y tuvimos las mismas inquietudes, sueños y aventuras…Regresé al hogar, abrií la verja de hierro, los árboles estaban en su mismo sitio, me saludaron y reverdecieron cuando escucharon mis pasos. Pensé en la muerte de mi padre cuando aquel aluvión FIFI sacudió la angustia del pueblo. Los libros estarán en aquel pequeño anaquel, todo estaba en su sitio, hasta el sonido de las viejas cacerolas donde mamá freía los frijoles. Todo. Los sueños tendrán barba pensé. Abrí la verja y sus goznes chirriaron de una manera asombrosamente misteriosa, recordé aquellas canciones de John Lennon, la novia que vivía en el pueblito vecino y las tardes de pan de maíz mientras mirábamos los trenes, los viajeros sin regreso… Chente Piruja con su patita renca y su casco inglés ya no pasaba por la casa con sus dulces de botellita, ni la sombra de Evelia mi hermana que murió en el manicomio de la ciudad. He llegado con mis cabellos sueltos con mi barba y mis zapatos rotos. Nadie sale a recibirme. Mi tío murió hace cinco años y su taller de carpintería está intacto en medio del jardín. La cipota que vendía flores de colasión dicen que se volvió loca. Las putas sifilíticas que vivían en frente del hogar nadie las visita. He llegado. Tengo unas perras ganas de cantar y de bailar incluso con mi sombra. Desde el fondo veo que todas las cosas están sorprendidas. Las gentes pasan como fantasmas por la callecita empedrada, trotan las mulas con sus tambos de leche y Chente Pelota ya no pasa con su gorrita arzobispal como el primer día de mi alumbramiento. Mi madre está sentada en su taburete hablando consigo misma. Entro con mi corazón de niño, la abrazo tiernamente, la beso. Ella me palpa con su ceguera y me dice shhh shhh no hagas mucho ruido que tu papá se puede despertar, tomate la taza de café y te vas al jardín a jugar con tus carritos de madera.
ALFONSO HERNANDEZ
No hay comentarios.:
Publicar un comentario