martes, 9 de agosto de 2011
Confesonario
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Por Marisol Flamenco
Copyright©2011
El taller de mis letras abre sus puertas en mi infancia...En la arena de aquella playa tan hermosa, en la que tuve la dicha de nacer. San Marcelino, así se llama el lugar en donde por voluntad de un ser superior nací y en donde indudablemente se marcó mi destino.
Los sabores y los olores de la infancia los llevo tatuados en el alma... Los almendros, la humilde casa en la que viví, los vecinos, los chismes, el desvío, la comida... En fin... Aquel territorio que ahora puedo tocar a través de mis escritos...
Mi gran tesoro... La mina de oro, la fuente inagotable de mis ideas... Nace en esa etapa de mi vida, en la que sin lugar a dudas fui tan feliz...
Hace ya mucho tiempo que vivo lejos de mi tierra, demasiado tiempo, pienso. Sobre todo cuando me invade la nostalgia, si, esa que sentimos los que nos sentimos ausentes. Los que no somos ni de esta tierra, ni de aquella.
No porque no queramos, sino porque la distancia y el paso de los años nos convierte en extraños. En extranjeros, en peregrinos que no tienen más opción que abrazar los recuerdos para que no se borren de nuestra memoria, para que se mantengan vivos, intactos.
Es una manera de alimentar el alma. Al igual que todos los que se han ido,
una promesa que va más allá de la nostalgia.
Todas las noches antes de apagar la luz
me prometo a mi misma que pronto,
muy pronto voy a volver.
Por Marisol Flamenco
Copyright©2011
El taller de mis letras abre sus puertas en mi infancia...En la arena de aquella playa tan hermosa, en la que tuve la dicha de nacer. San Marcelino, así se llama el lugar en donde por voluntad de un ser superior nací y en donde indudablemente se marcó mi destino.
Los sabores y los olores de la infancia los llevo tatuados en el alma... Los almendros, la humilde casa en la que viví, los vecinos, los chismes, el desvío, la comida... En fin... Aquel territorio que ahora puedo tocar a través de mis escritos...
Mi gran tesoro... La mina de oro, la fuente inagotable de mis ideas... Nace en esa etapa de mi vida, en la que sin lugar a dudas fui tan feliz...
Hace ya mucho tiempo que vivo lejos de mi tierra, demasiado tiempo, pienso. Sobre todo cuando me invade la nostalgia, si, esa que sentimos los que nos sentimos ausentes. Los que no somos ni de esta tierra, ni de aquella.
No porque no queramos, sino porque la distancia y el paso de los años nos convierte en extraños. En extranjeros, en peregrinos que no tienen más opción que abrazar los recuerdos para que no se borren de nuestra memoria, para que se mantengan vivos, intactos.
Es una manera de alimentar el alma. Al igual que todos los que se han ido,
una promesa que va más allá de la nostalgia.
Todas las noches antes de apagar la luz
me prometo a mi misma que pronto,
muy pronto voy a volver.
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