viernes, 6 de noviembre de 2009

LOS BESOS DE LAS GIRAFAS


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Por Arturo Revelo Hijo*

Nadie más mortífero que una madre cuando se trata de las novias de los hijos. Te las destazan por todo, la mía no por enana rompió el molde. "No, te da pena, Mama," me pareció un bien día decirle. "Te acordás de aquella bicha que decías tenia las piernas de pollo? Bueno, pues se murió. Que te de pena." Nunca me atreví a decírselo.

La lista de mis amores fue algo así como una compilación de fe de erratas. Me enojaba la crítica, así que me mantenía discreto. Si le gustan bien, sino bueno, no las conoce.

A la pobre Sonia mi madre solo la condeno a ser la "bonistilla, con piernitas de pollo". No creo que mi nana se acuerde de ella. La mataron el 80, en una huelga. Ella se fue a la tumba creyendo que el muerto era yo. "Mira, si te besa una girafa te morís," me dijo. Que quiso decir con eso?

Con el tiempo creo que mi mama se dio cuenta que ya yo me perfilaba como el cabeza dura que no oía consejos.

Lo que mi madre hizo lo pagué yo. Y así fue como Lisette la hermana de un amigo me dijo llorando que no me podía ver, que su mama no aceptara que me siguiera viendo. Me lo dijo en la puerta de su casa, calladita, lagrimas en los ojos, su pelo negro cubriéndole el rostro a medias, y yo, me fui sin poder contarle a nadie lo poco que se puede hacer cuando así te clavan algo chiquito en el corazón. A Norita la mandaron a Los Ángeles, y quien su mama quería que fuera su marido fue a dar a San Francisco.

El amor fue algo que siempre analicé después del desastre. Quizás internamente yo sabia que allá en El Salvador yo no tenía futuro, que de una forma u otra el mundo era más allá de mi barrio y los volcanes que me mecieron en mi juventud. Lo que yo amé lo presté. Eran cosas frágiles, como tratar de abrazar las burbujas del jabón con que jugás. Tiemblan en tus manos, y se deshacen, frágiles, efímeras, condenadas al "si yo pudiera otra vez…" el mundo gira demasiado rápido como para dejar más que eso en ti.

Te sentás en la tierra un buen día y a quien amas es a otra, pero ya no sos el mismo. Contás entre bromas lo que te dejó con tan poca pierna, lo que te trajo acá, pero es distinto, se quiere y se hacen números. El niño aquel, el muchacho flaco, el que se murió, tenía que morir, como el renacuajo o el capullo lo hacen para dar vida a algo más.

Ayer amé hasta que me dolió, hoy, recuerdo y guardo esas viñetas, una a una como quien colecciona estampillas postales. El amor ya no es salvaje, es así, como el mar en un brazo que se quedo atrapado en la marea baja entre las dunas, apacible, bajo la paz y la tranquilidad, pero ya no es mar, es otra cosa.

La muchachita que fue mi novia en la guerrilla no tenía nombre. Le conocí solo su seudónimo, era flaquita, colochita, viva, demasiada vida en ella, y yo con ella, como quien se va detrás de un remolino de viento. Corres, lo tocas, pero no más allá de eso, se te escurre, y los momentos pasan, después las tareas te llevan de un lado a otro, cada vez más lejos hasta que solo te queda el olor, la sensación.

Quique, que era mi encargado me decía, "no sea pendejo, Compa. Cualquier día nos matan y se queda con la gana". Me decían eso el y otra flaca Isabel, los dos eran comandantes, para que no me enamorara tanto de la noción de morirme como héroe. Vivir es mejor. Y yo acá, escribo y ellos se quedaron atrás, historias que nadie cuenta, fe de erratas, no tengo nombre.

*Arturo Revelo Hijo
Salvadoreño residente en California, US.

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