lunes, 7 de diciembre de 2009
Contemos un cuento que fue, pero que nunca más será
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Hubo una vez un país chiquito, que por alguna razón alguien le llamo pulgarcito. Este era un país sin futuro controlado por una bola de maleantes de todas las calañas.
Era un país tan chiquito que sus gritos los ahogaban a punta de fusil. Desde su mal llamada independencia, hasta sus últimos días fue saqueado en una interminable noche de despojo.
Aun que era chiquito tenia hombres valientes, guerreros forjados en los interminables amaneceres, en las diarias horas de trabajo, inclaudicables soñadores que nunca escondieron su deseo de cambio, sino por el contrario lo gritaron cada día, en cada rincón de la patria.
Si, lo gritaron, a pesar de la Guardia Nacional y La Policía de Hacienda. Si, no pudieron callarlos a pesar de las constantes represiones. Los miles de sueños esparcidos en los montes de occidente por las ametralladoras de las fuerzas represoras, germinaron como amaneceres, pintaron de colorido cada paraje de su tierra que aun que chiquita, no callo su deseo de justicia.
Cual mar embarbecido empujaron, a pesar de las represiones, desaparecidos y acecinados. Lloraron cada uno de sus muertos y no lo hicieron en silencio, por cada caído gritaron su nombre y un venceremos, no hubo, ni abra dolor o promesa que pare los deseos de libertad de un pueblo.
Hubo una vez un pobre país, tan pequeño, que se lo repartían catorce o mas familias, vestigios del pasado colonial, herederos del fruto de la sangre de los explotados.
Los dueños del país escribieron sus leyes, construyeron cada una de las cosas que se necesitan para llamarle patria: Instituciones encargadas de recolectar impuestos, policías nacionales para garantizarles su seguridad, periódicos para poder difundir sus mentiras, escritas por los descendientes de los que murieron defendiendo sus tierras ante la invasión española, ahora cual mercenarios de la palabra escribiendo poseía y cuentos, añorando la gloria de los explotadores.
Hubo una vez un país pequeño, pero sin embargo valiente, que no pudieron callarlo, a pesar de los miles de muertos regados por cada calle de su tierra. No pudieron ni podrán pararlo rumbo a su progreso. No podrán pararlo: ni los fusiles, ni los contadores de cuentos.
Cientos de amaneceres después de su mal llamada independencia florece por fin, con esperanza. Amenazado por golpistas, por empresarios digno de juicio, por delincuentes de cuello blanco, por lobos y halcones, que como aves de rapiña lo rodean.
No creo mas en cuentos dijo Esteban Mondragón, mientras doblaba el cheque que el gobierno le dio para paliar un poquito su mala economía, algo así como un reconocimiento a las victimas de la negra historia y sobre todo de los últimos veinte años de gobiernos rapaces.
Cuando hacía uso del derecho que le da ser portador de unos cuantos dólares, con seguridad recordó, que cuando llego a la entrega, aun tenia la duda de lo que se decía en los periódicos de mayor circulación de su amado país, tan solo unos días atrás.
Es que como El recuerda, se decía: que a los viejos como El, los harían jabón, que quemarían las biblias y se beberían el agua bendita, incendiarían las escuelas y revivirían a la: descarnada, al cipitio, la ciguanaba y no se cuantas pajas mas, cosas que ahora sabe el pueblo entero que no son mas que cuentos de mentes enfermas, faltas de paz.
Esteban Mondragón, heredo del legado de lucha del pueblo de atlacat, victima del despiadado mercado y sobre todo de los últimos veinte años de saqueo del estado, sonríe en silencio sabe que es parte de ese pueblo, que hoy construye una patria, ahora sin cuentos ni casacas.
Mientras el bus se detiene para recoger mas pasajeros, por la ventana puede ver la puñada de periódicos, que a las seis de la tarde aun no han sido vendidos, y puede leer las letras grandes que hablan de la división del partido y el presidente. Sonríe, sus muchos años le han enseñado que los hombres valientes no siempre están de acuerdo en todo y tienen el coraje de decirlo, nunca los callan, para los hombres valientes no existe dolor ni promesa que pueda ahogar su voz.
Mientras el bus se aleja, Esteban, piensa para si: Nadie cree ya en los cuentos de la derecha, de seguro la escribe alguna mente enferma, falta de paz.
Nota: Cualquier parecido con alguna historia, solo demuestra que existen los pueblos valientes.
Francisco Pereira
Salvadoreño residente en Maryland, US
Hubo una vez un país chiquito, que por alguna razón alguien le llamo pulgarcito. Este era un país sin futuro controlado por una bola de maleantes de todas las calañas.
Era un país tan chiquito que sus gritos los ahogaban a punta de fusil. Desde su mal llamada independencia, hasta sus últimos días fue saqueado en una interminable noche de despojo.
Aun que era chiquito tenia hombres valientes, guerreros forjados en los interminables amaneceres, en las diarias horas de trabajo, inclaudicables soñadores que nunca escondieron su deseo de cambio, sino por el contrario lo gritaron cada día, en cada rincón de la patria.
Si, lo gritaron, a pesar de la Guardia Nacional y La Policía de Hacienda. Si, no pudieron callarlos a pesar de las constantes represiones. Los miles de sueños esparcidos en los montes de occidente por las ametralladoras de las fuerzas represoras, germinaron como amaneceres, pintaron de colorido cada paraje de su tierra que aun que chiquita, no callo su deseo de justicia.
Cual mar embarbecido empujaron, a pesar de las represiones, desaparecidos y acecinados. Lloraron cada uno de sus muertos y no lo hicieron en silencio, por cada caído gritaron su nombre y un venceremos, no hubo, ni abra dolor o promesa que pare los deseos de libertad de un pueblo.
Hubo una vez un pobre país, tan pequeño, que se lo repartían catorce o mas familias, vestigios del pasado colonial, herederos del fruto de la sangre de los explotados.
Los dueños del país escribieron sus leyes, construyeron cada una de las cosas que se necesitan para llamarle patria: Instituciones encargadas de recolectar impuestos, policías nacionales para garantizarles su seguridad, periódicos para poder difundir sus mentiras, escritas por los descendientes de los que murieron defendiendo sus tierras ante la invasión española, ahora cual mercenarios de la palabra escribiendo poseía y cuentos, añorando la gloria de los explotadores.
Hubo una vez un país pequeño, pero sin embargo valiente, que no pudieron callarlo, a pesar de los miles de muertos regados por cada calle de su tierra. No pudieron ni podrán pararlo rumbo a su progreso. No podrán pararlo: ni los fusiles, ni los contadores de cuentos.
Cientos de amaneceres después de su mal llamada independencia florece por fin, con esperanza. Amenazado por golpistas, por empresarios digno de juicio, por delincuentes de cuello blanco, por lobos y halcones, que como aves de rapiña lo rodean.
No creo mas en cuentos dijo Esteban Mondragón, mientras doblaba el cheque que el gobierno le dio para paliar un poquito su mala economía, algo así como un reconocimiento a las victimas de la negra historia y sobre todo de los últimos veinte años de gobiernos rapaces.
Cuando hacía uso del derecho que le da ser portador de unos cuantos dólares, con seguridad recordó, que cuando llego a la entrega, aun tenia la duda de lo que se decía en los periódicos de mayor circulación de su amado país, tan solo unos días atrás.
Es que como El recuerda, se decía: que a los viejos como El, los harían jabón, que quemarían las biblias y se beberían el agua bendita, incendiarían las escuelas y revivirían a la: descarnada, al cipitio, la ciguanaba y no se cuantas pajas mas, cosas que ahora sabe el pueblo entero que no son mas que cuentos de mentes enfermas, faltas de paz.
Esteban Mondragón, heredo del legado de lucha del pueblo de atlacat, victima del despiadado mercado y sobre todo de los últimos veinte años de saqueo del estado, sonríe en silencio sabe que es parte de ese pueblo, que hoy construye una patria, ahora sin cuentos ni casacas.
Mientras el bus se detiene para recoger mas pasajeros, por la ventana puede ver la puñada de periódicos, que a las seis de la tarde aun no han sido vendidos, y puede leer las letras grandes que hablan de la división del partido y el presidente. Sonríe, sus muchos años le han enseñado que los hombres valientes no siempre están de acuerdo en todo y tienen el coraje de decirlo, nunca los callan, para los hombres valientes no existe dolor ni promesa que pueda ahogar su voz.
Mientras el bus se aleja, Esteban, piensa para si: Nadie cree ya en los cuentos de la derecha, de seguro la escribe alguna mente enferma, falta de paz.
Nota: Cualquier parecido con alguna historia, solo demuestra que existen los pueblos valientes.
Francisco Pereira
Salvadoreño residente en Maryland, US
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